Hijo de Aracelis Lora Mora y Alberto Francua, un catalán inspector de Obras Sanitarias (la empresa encargada del servicio de agua potable en Argentina), pasó junto a su familia una infancia errante, deambulando por pueblos de provincia tras los destinos laborales de su padre. Posteriormente recaló en Tandil. Esa eterna huida, ese nomadismo de su niñez, fue decisivo para esa especie de “novela de carretera” repleta de perdedores extraviados que recorre casi toda su obra.
Publicó su primera novela titulada Triste, solitario y final en 1973, la cual fue traducida a doce idiomas. En 1976, debido al golpe de Estado, Soriano se trasladó a Bélgica y luego vivió en París hasta 1984, año en que regresó a Buenos Aires. Durante su exilio europeo publicó No habrá más penas ni olvido (1978), llevada al cine por Héctor Olivera, que ganó el Oso de Plata en el festival de cine de Berlín). También publicó Cuarteles de invierno (1980), sobre la cual se publicaron seis ediciones en 1983, ya que era considerada la mejor novela extranjera de 1981 en Italia. Ésta obra fue llevada dos veces al cine.
De vuelta al país continuó su actividad literaria, al mismo tiempo que su profesión de periodista. En 1987 fundó el diario Página/12, para el cual escribió contratapas hasta 1997. A lo largo de su carrera, vendió más de un millón de ejemplares y obtuvo los premios “Raymond Chandler Award”, “Carrasco Tapia” (de la revista Análisis de Chile), mientras que en Argentina lo distinguieron las fundaciones Konex y Quinquela Martín. Fue vìctima del paradigma del narrador formado entre el humo a cigarrillo de las redacciones periodísticas, dueño de un estilo directo, llano y eficaz. Fanático del fútbol (es conocida su simpatía por el club San Lorenzo de Almagro), la pasión por ese deporte marcó también hondamente su literatura. Muchos lo compararon con Roberto Arlt, por su nula formación académica (dejó la secundaria en 3º año), pero se diferenció del autor de “Los siete locos” en la utilización del humor, mediante personajes que sabían reírse de sus propias desgracias.
Algunas curiosidades lo pintan de cuerpo entero: escribía de noche hasta las ocho de la mañana, para posteriormente dormir hasta las cuatro de la tarde. Le fascinaban Internet y el mundo de la informática y sentía devoción por los gatos. Murió el 29 de enero de 1997 en Buenos Aires, víctima de un cáncer de pulmón. Fue sepultado en el Cementerio de la Chacarita. Legó un mundo de extraños perdedores pueblerinos y de inolvidables historias tristes, los guiones cotidianos de la gente común que algunos menosprecian.
Novelas.
- Triste, solitario y final (1973)
- No habrá más penas ni olvido (1978)
- Cuarteles de invierno (1980)
- Una sombra ya pronto serás (1990) (EXCELENTE)
- El ojo de la Patria (1992)
- La Hora sin sombra (1995)
- Artistas, locos y criminales (1984)
- Cuentos de los años felices (1993)
Soriano según Tomás Eloy Martinez y Eduardo Galeano.
"Osvaldo Soriano era uno de los mejores narradores argentinos de esta segunda mitad del siglo. Un grande, como Arlt y como Cortázar, que fundó su propio lenguaje y su propio reino de imaginación. Pocos narradores eran tan famosos -y con justicia- como él fuera de la Argentina. Y sin embargo se fue, como corresponde a un argentino cabal, sin haber recibido nunca ninguno de los numerosos premios oficiales o institucionales que este país concede a otros con menos obra, menos talento y menos grandeza creadora" Tomás Eloy Martínez.
"Lo vi en el ataúd, con esa cara plácida y jodona, y pensé: Es un chiste. No hay duda. El Gordo se está haciendo el muerto para hacer sufrir a los amigos. Nos está tomando el pelo, pensé. Pero Manuel Soriano, el hijo del Gordo, que es idéntico al Gordo aunque mucho más chiquito y que andaba por ahí con su camiseta de San Lorenzo, nos dio la justa. El le había dado una carta al padre, para que se la entregara a Filipi. Filipi, gran amigo de Manuel, había muerto también, un poco antes, y él lo había enterrado, con cruz y todo, en un pocito del fondo de su casa. Filipi tenía forma de lagartija y costumbres de camaleón, porque cambiaba de color cuando quería. En la carta, Manuel le decía que lo extrañaba mucho y le enseñaba un jueguito, para que Filipi pudiera entretenerse en la muerte, que es muy aburrida. En el jueguito había que escribir las letras que faltaban: "Usá las uñas, Filipi", le decía Manuel. Entonces lo vi claro. El Gordo se nos fue por un ratito nomás. Está trabajando de cartero de su hijo. Ahora nomás vuelve. A mí ya me parecía, porque es evidentísimo que este mundo no puede ser tan espantosamente triste, solitario y final; y un tipo tan buenazo como el Gordo no podía hacernos la cochinada de dejarnos sin él. " Eduardo Galeano.